Cuando en
1942 miles de copias del poema “Liberté” fueron lanzadas en paracaídas
sobre París, Paul Eluard -su autor- no buscaba la fama ni ganar dinero ni menos
votos de sus compatriotas sometidos al yugo nazi, era solo un imperativo moral.
A Andrés Aylwin, no le importó que los perseguidos durante la dictadura no
pensaran como él ni que ponía en peligro su vida y su libertad siendo abogado defensor
de los derechos humanos, era lo que debía hacer, su coherencia y consecuencia
al servicio de la vida.
Coherencia es defender los derechos humanos en
Chile, Venezuela, Arabia Saudita, Guatemala, Filipinas o donde se violen. No
puede un gobierno condenar a un inescrupuloso Maduro y a la vez abstenerse de
votar en contra de Duterte de la mano con el Brasil de Bolsonaro. No es
lógico, no es coherente, no es consecuente y avergüenza la dignidad y la
memoria de tantos y tantas que en nuestro país y el mundo han dado su vida por
lo que creen justo.
No se puede usar la moral, la dignidad y los
derechos humanos, solo como un eslogan para subir en las encuestas o una pose
para congraciarse con los deschavetados de siempre. Ser consecuente trae costos
– por supuesto -, lo supo Clotario Blest, Pierre Dubois, Ana González, Andrés
Aylwin por nombrar solo algunos, que no dudaron en decir “las verdades
verdaderas”, cuando nadie más las decía. No es digno pararse sobre un puente en Cúcuta, dar lindos y
encendidos discursos prodemocráticos para las cámaras y a la vez, dejar en la
frontera a los refugiados y avalar con su silencio e inacción otros atropellos.
Cuando un gobierno, una persona o un partido piensa,
dice y hace usando la moral como herramienta política, la verdad como un fin
relativo y la razón ajustada a conveniencia, lo que consigue es la irrelevancia,
la vergüenza y el desprecio de su pueblo. Que lejanos parecen los tiempos, en
que los hombres y mujeres de bien, no usaban la calculadora en el bolsillo,
para hacer lo que se debe hacer; como se
echa de menos a los estadistas, a los consecuentes, a los justos de derecha, centro
e izquierda dispuestos a poner la mejilla, las manos y el corazón a cambio de
la justicia.
Vendrán otros hombres, otras mujeres, otros
tiempos en que se seguirá leyendo a Paul Eluard, Neruda y la Mistral, en que se
recordará y honrará la consecuencia de José Aldunate, Sola Sierra y muchos más.
Se escribirán libros, canciones y películas que cuenten la historia de los
consecuentes; pero los mercaderes, los tibios, los oportunistas, los timoratos
quizás tengan su calle y monumento, pero jamás el respeto de los suyos y de los
ajenos…
Daniel
Recasens Figueroa
Periodista
julio de 2019
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