julio 17, 2019

La vida es eterna en 20 minutos


Ayer mientras paseábamos por el parque Bicentenario (Vitacura), mi hijo Ferran de siete años, en un abrir y cerrar de ojos desapareció de la vista de su mamá. Lo buscó, lo llamo, gritó su nombre, pero se lo tragó la tierra. Cuando me avisa que no podía encontrarlo, pensé que era un error, que estaría jugando –como siempre- despreocupado sabiendo que velamos por él, llegamos donde debía estar y no estaba.


Ferran es un nombre catalán de origen germánico, en castellano Fernando, que significa "hombre valiente", "hombre de atrevida inteligencia" o "guerrero audaz". Cuando escogimos su nombre, buscábamos uno que tuviera personalidad, que fuera original, pero a la vez que no le causara problemas. Es un niño alegre, obediente, cariñoso, muy sensible y simpático, curioso, no le cuesta hacer amigos, pero es algo tímido. De seguro estaría muy asustado, ya que es muy dependiente y regalón.

Nos dividimos para buscarlo, pasaban los minutos, diez, quince y no aparecía. En mi mente descartaba los pensamientos oscuros, miraba en el horizonte, a mí alrededor, las salidas del parque, los niños de su edad. No podía ser verdad, esas cosas no me pasan a mí, no le pasan a él. Su modo de enfrentar a los desconocidos es tirar una broma, poner caras chistosas, es su defensa ante un mundo que aún no conoce bien. Es casi hijo único, ya que con su hermana se llevan diez años de diferencia. Que terrible pensar que algo malo le pudiera pasar, leo un letrero que dice “cuidado laguna profunda”, recuerdo las noticias, los niños perdidos, la gente mala, el mundo real injusto y terrible, las estadísticas… mi niño, mi guagua no aparece.

En 20 minutos, nada más importa; las deudas, el sueldo paupérrimo, el mal gobierno, el calentamiento global, el dolor de pies, los estudios de mi hija mayor, mi diabetes, la depresión de Mariela, la enfermedad de mi madre, no es nada, es menor, no tienen importancia, Ferrán no está y ese es el centro. La angustia, la presión, la adrenalina no nublan mi mente fría y calculadora, hay que calmarse, pensar, que pasos seguir, no perder de vista las salidas, mirar los arbustos, los detalles, comenzar a gritar su nombre, no solo para que escuche, sino para llamar la atención. Que se detenga la tranquilidad del parque, que la vida no siga su curso, que todo pare, que los niños no jueguen, que la gente no pasee, que no vendan helados, que pare la música del organillero, que se detengan las bicicletas, los triciclos, los pasos, las risas, las conversaciones, mi niño no está y debe estar asustado.

Entre todas las miradas, buscando sus verdes ojos, a lo lejos lo veo. La mirada perdida, con lágrimas, asustado, grito su nombre, no me escucha, corro, me mira, me abraza fuerte, nos fundimos en uno solo, lloramos los dos, no importa el mundo. Una pareja lo cuidaba, agradezco con el alma, los niños son de todos, no podemos dejarlos a su suerte. Una guardia se acerca, me habla de pulseras con su nombre, de que el niño no sabe mi celular, que es común que se pierdan, ya no importa, nada más importa, él está bien y conmigo, luego llega su madre, nos abrasamos los tres. Ya pasó todo, solo una anécdota, a seguir con la vida, mis pies tiemblan, me siento en un banquillo, prendo un cigarrillo. Los pájaros cantan, los niños gritan, la gente pasea, todo sigue su curso.

Navidad, navidad a ocultar la realidad


Una antigua canción del cantautor Chileno Eduardo Peralta, nos hablaba sobre la navidad como una época en que había que “esconder la realidad, guárdala en algún bolsillo por piedad que hoy la vida tiene un brillo de bondad”. Cuando vemos los comercios, las ferias, las calles colmadas de compradores exhaustos, angustiados, peleándose por comprar la última novedad del mercado, nos viene a la mente esa canción.

Una fecha que en nuestra cultura hace mucho que dejó de ser una fiesta religiosa, para transformarse en una instancia para compartir con las familias, sin importar si sabemos o creemos en la celebración cristiana original. El problema no es lo qué celebramos, sino cómo lo hacemos. Según cifras de la Fundación Sol, el 50,6% de los trabajadores de Chile ganan $380.000 o menos y solo el 15,3% tiene un salario superior a $850.000. Con estas cifras, uno esperaría que la desesperación por la compra de regalos, fuera solo tema del 7,3% que gana más de 1,5 millones al mes, pero bien sabemos que eso no es así.

Es cosa de darse una vuelta por cualquier Mall, observar la gente cargada de regalos en el metro, el transantiago o cualquier trasporte público del país, pareciera que la felicidad se alcanza sólo consumiendo sin importar el nivel socioeconómico, pero la realidad nos dice otra cosa. Según estudios de la OMS, alrededor del 17,5 por ciento de los chilenos padecen depresión, nuestro país lidera el ranking mundial  y es una de las dos naciones, junto con Corea del Sur, en el que la tasa de suicidios de niños y adolescentes aumenta cada año en vez de disminuir.

La agresividad, la baja tolerancia a la frustración e incluso los niveles de violencia del Chileno están dando cuenta del estrés laboral, el aumento de la cesantía, el temor al futuro, lo que mesclado es un caldo peligroso. Es cosa de darse unas vueltas por las redes sociales; twitter ya parece una parodia de la agresividad, en youtube circulan videos preocupantes subidos hasta por adolescentes chilenos en que la tortura de animales, el bulling, lenguajes siniestros, es el centro de la historia; hasta el aparente inocente Facebook es usado para agredirnos, lastimarnos, hacernos daño. Basta una chispa, para que emerja la rabia contenida que se traduce en xenofobia, homofobia, intolerancia, actos violentos ante la menor provocación. El caso del asesinato del comunero Mapuche Camilo Catrillanca, es un ejemplo digno de análisis.

Sin embargo en noche buena, después de recibir “sonrisas y aguinaldos que son como suaves brisas”, todos por un breve momento, como en una tregua de navidad entre feroces combates, nos damos las manos y somos hermanos. “Hay un señor que ha buscado a su peor enemigo y le ha dicho entusiasmado esta noche desgraciado vente a merendar conmigo”. Navidad, navidad, a esconder la realidad…

21 de diciembre del 2018

Se van enredando en twitter


Los insultos, agravios y hasta las injurias con publicidad, han existido desde que el ser humano aprendió a escribir. Conocida es la guerra epistolar entre los poetas chilenos Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda; “Os meo eternamente en vuestros hígados y en vuestros hijos”, vociferaba nuestro Nobel en su poema  “Aquí estoy”. Por su parte de Rokha se refería a Huidobro como. “tú, Vicente Huidobro, con tus cacareos de espadachín en falencia, y tu dudosa hombría…”. Huidobro con gran ironía, se refería a Neruda: “Si hay un poeta en Magallanes que encuentra viejo y pasado a Neruda es culpa de Huidobro…Los compinches de Neruda empiezan su campaña subterránea de mentiras y de intrigas”.

Con todo, esas guerras entre poetas enriquecían el debate intelectual (partiendo por las bajezas desde luego) de un alicaído Chile de principios del S. XX. La sangre nunca llegó al río y el debate queda zanjado en el tiempo, por las obras imperecederas  de estos grandes de la literatura chilena. No pasa lo mismo en nuestros días con los debates de baja monta, que no alcanzan ni para poesía barata, que se libran en Twitter y que a falta de creatividad y buscando el golpe fácil es reproducida por la prensa cizañera. Tristes actores secundarios con ganas de más, se dedican -basados en PosVerdades y NeoMentiras- a divulgar fake news, acusando de las peores bajezas delictuales a quien se les cruce por delante.

Un semidesconocido comentarista radial, tira una piedra (por no usar palabras de cloaca) contra una conocida diputada chilena, luego esconde la mano, recula y vuelve a atacar en la red del pajarito, para terminar victimizándose. Es noticia del día y se suben cientos a la rueda a defender y atacar con argumentos muy lejanos a la poesía de nuestros insignes vates, con un estilo procaz y poco elegante, dándole tribuna, fama y sus diez minutos de gloria al “procaztinador”. Un “aprendiz de mago”, ex ministro de la dictadura (que es casi lo mismo), descubre twitter en el ocaso de sus días y excreta a diestra y siniestra -más a siniestra en realidad-, buscando el halago fácil de los Bots siempre atentos a recoger y difundir la basura. Ministros y parlamentarios con mucho tiempo libre, tratar de polemizar con la frase fácil, la vulgaridad de asado dieciochero y el humor intelectual del que nunca lee.

Neruda, de Rocka y Huidobro, de seguro no entrarían en estas peleas de quinceañeros ofuscados, inventando con quien sabe que intención diabólica, la forma de apuñalar la honra de los otros. Estas peleas de cantina, de lenocinio y alcahuetes, en las que participan matones de puerto, darían risa o vergüenza ajena, sino fuera por el peligro que acarrean. Falta solo la provocación adecuada en el lugar y momento propicio, para que las redes sociales se transformen en redes armadas.


Daniel Recasens Figueroa
Periodista
18 de enero del 2019

La moral como herramienta política


Cuando en  1942 miles de copias del poema “Liberté” fueron lanzadas en paracaídas sobre París, Paul Eluard -su autor- no buscaba la fama ni ganar dinero ni menos votos de sus compatriotas sometidos al yugo nazi, era solo un imperativo moral. A Andrés Aylwin, no le importó que los perseguidos durante la dictadura no pensaran como él ni que ponía en peligro su vida y su libertad siendo abogado defensor de los derechos humanos, era lo que debía hacer, su coherencia y consecuencia al servicio de la vida.

Coherencia es defender los derechos humanos en Chile, Venezuela, Arabia Saudita, Guatemala, Filipinas o donde se violen. No puede un gobierno condenar a un inescrupuloso Maduro y a la vez abstenerse de votar en contra de Duterte de la mano con el Brasil de Bolsonaro. No es lógico, no es coherente, no es consecuente y avergüenza la dignidad y la memoria de tantos y tantas que en nuestro país y el mundo han dado su vida por lo que creen justo.

No se puede usar la moral, la dignidad y los derechos humanos, solo como un eslogan para subir en las encuestas o una pose para congraciarse con los deschavetados de siempre. Ser consecuente trae costos – por supuesto -, lo supo Clotario Blest, Pierre Dubois, Ana González, Andrés Aylwin por nombrar solo algunos, que no dudaron en decir “las verdades verdaderas”, cuando nadie más las decía. No es digno pararse  sobre un puente en Cúcuta, dar lindos y encendidos discursos prodemocráticos para las cámaras y a la vez, dejar en la frontera a los refugiados y avalar con su silencio e inacción otros atropellos.

Cuando un gobierno, una persona o un partido piensa, dice y hace usando la moral como herramienta política, la verdad como un fin relativo y la razón ajustada a conveniencia, lo que consigue es la irrelevancia, la vergüenza y el desprecio de su pueblo. Que lejanos parecen los tiempos, en que los hombres y mujeres de bien, no usaban la calculadora en el bolsillo, para hacer lo que se debe hacer;  como se echa de menos a los estadistas, a los consecuentes, a los justos de derecha, centro e izquierda dispuestos a poner la mejilla, las manos y el corazón a cambio de la justicia.

Vendrán otros hombres, otras mujeres, otros tiempos en que se seguirá leyendo a Paul Eluard, Neruda y la Mistral, en que se recordará y honrará la consecuencia de José Aldunate, Sola Sierra y muchos más. Se escribirán libros, canciones y películas que cuenten la historia de los consecuentes; pero los mercaderes, los tibios, los oportunistas, los timoratos quizás tengan su calle y monumento, pero jamás el respeto de los suyos y de los ajenos…

Daniel Recasens Figueroa
Periodista
julio de 2019