“Aquí nadie
discrimina a los chilenos porque todos somos chilenos/ Aquí nadie discrimina a
los cabros chicos porque todos somos cabros chicos. /…Ven a vivir esta
fragilidad peligrosa de corromperse”. Mauricio
Redolés
Como en el poema de Redoles, Ñuñoa era un
barrio en que su singularidad estaba dada por la diversidad de su gente, juntos
-nunca revueltos, por supuesto- estaba la Población “Las Siete Canchas” en
calle Emilia Téllez en medio del sector nororiente de la comuna. Los niños de la nueva burguesía urbana, de
padres profesionales, liberales, que vivían en calle Simón Bolívar, Pucará,
Coventry, Montenegro, jugaban sin problemas con los “rotos” de la pobla, la
misma que fue erradicaba a punta de fusiles durante la dictadura.
Diversidad y aceptación en una comuna en que
masones radicales y bomberos, pololeaban y luego se casaban con señoritas
católicas a quienes acompañaban hasta la puerta de la Parroquia Nuestra Señora
de La Paz en calle Echeñique. Tolerancia e inclusión que tuvieron los jóvenes
de la plaza Montt y otros lugares de Ñuñoa que, a fines de los años 40 del
siglo pasado, recibieron como uno más de los suyos a los emigrantes europeos
que después de la segunda guerra mundial huían de una Europa devastada.
Vecinos participativos y colaboradores que en
1942 cuando un loteo dejó un sitio vacío, entre calle Pucará y Echeñique, fue
plantado y ordenado por vecinos del lugar, para convertirlo en una plaza para
sus niños, después convertido en la actual Plaza Pucará (Parque botánico de
Ñuñoa). Como no olvidar también las salidas del canal San Carlos en los años
80, que convertía en ríos las calles Echeñique, Simón Bolívar y otras del
sector, donde vecinos empapados en agua y solidaridad, rescataban a viejitas en
apuros y construían diques con sacos, piedras y arena, para salvar las casonas
del sector.
La abúlica y apacible Ñuñoa supo convivir por
años con las distintas realidades, las poblaciones de obreros y empleados una
junta a otra, las Villas nuevas se integraban con el resto de la comuna. En la antigua
“Gran Ñuñoa”, antes de las nuevas municipalidades de Macul y Peñalolén, el
barrio industrial y las parcelas eran un conjunto armonioso de un mismo aire
provinciano en que los jóvenes tenían los mismos sueños, aunque tuvieran
distinto origen y futuro.
No se trata de añorar tiempos pasados que sin
duda no eran perfectos, existían problemas, injusticias y desigualdades
inaceptables, pero era un sector con vida de barrio. Hoy, sucesivos gobiernos
comunales en manos de mercaderes e incapaces, abrieron las puertas, las
ventanas y sus almas a la voracidad inmobiliaria que tiene convertido a nuestra
Ñuñoa en un engendro de cemento que se alza día y noche como un monstruo
devorador. “Barrio, bello barrio, Ven a vivir esta fragilidad peligrosa de
corromperse”.