En la antigüedad, se otorgaba
“patente de Corso” a arriesgados patriotas y heroicos marinos, para que
asaltaran y robaran naves enemigas a nombre del Rey. El botín era repartido de
común acuerdo, entre el dueño del barco “corsario” y la autoridad legítima de
la época. A veces estos piratas con permiso, se olvidaban de repartir el botín
con su Rey y se convertían –de la noche a la mañana- en forajidos. Las víctimas,
en cambio, siempre consideraron a estos
“emprendedores” como simples asesinos, salteadores y violadores.
En nuestra época, ya no es tan
bien visto el que roba, desfalca, se colude o recibe “dadivas”, aunque sea a
nombre del Rey, la causa, Dios o el Diablo. El fin hace tiempo que no justifica
los medios, por muy loables, patriotas y necesarios que sean estos. La línea
divisoria entre una “causa justa” y un delito común, no se diferencia solo por
quien se queda con el dinero “mal habido” ni a que buena causa se destina; el
robo es robo, la coima es inmoral, la colusión es delito y el bribón siempre es
un bribón.
Nuestro país está acostumbrado a
los dobles discursos, a la moral y a la ética acomodaticia, al acusar al otro y
no mirarse en el espejo. Es justo recordar, que antes de la ley de Divorcio, se
mentía al sistema judicial con testigos falsos, simulando una nulidad por
“incompetencia del oficial civil”. Todos sabían que era una treta, una salida a
la Chilena, pero el sistema funcionó hasta el año 2004, legitimando y
promoviendo la “pillería del chileno”.
Hasta el año pasado (abril del
2016), el financiamiento de la política tenía lados oscuros, ilógicos que
rayaban con el cohecho institucionalizado. Los partidos políticos, las campañas
y los candidatos, podían recibir “aportes reservados” de empresas con o sin
fines de lucro. Empresarios “altruistas”, aportaban a campañas de casi todo el
espectro con generosas donaciones, haciéndonos creer que ni siquiera el
candidato sabía el origen de los fondos. Era legal, sabido, defendido y
fomentado por el Estado en su conjunto. Nadie se extrañaba de ver hasta el
último rincón de Chile con “palomas”, gigantografías, afiches y lindos regalos
a diestra y siniestra, financiados con la “patente de corso”.
Hoy los corsarios pasaron a ser
simples piratas y se quiere quemar en la plaza del pueblo a los que tenían
permiso del Rey. Todos se llenan la boca con la repudiada palabra “corrupción”,
señalando con el dedo, la mano, el brazo y el cuerpo, a los antaños héroes de
sus sectores. El problema es que en nuestra sociedad, en el mundo público,
privado, eclesiástico, uniformado, político permitimos y aceptamos pequeñas “patentes
de corso” y nadie dice nada, ejemplos… mire a su derecha, izquierda, arriba y
abajo.
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