diciembre 16, 2020

BARRIO, BELLO BARRIO

 



“Aquí nadie discrimina a los chilenos porque todos somos chilenos/ Aquí nadie discrimina a los cabros chicos porque todos somos cabros chicos. /…Ven a vivir esta fragilidad peligrosa de corromperse”. Mauricio Redolés

Como en el poema de Redoles, Ñuñoa era un barrio en que su singularidad estaba dada por la diversidad de su gente, juntos -nunca revueltos, por supuesto- estaba la Población “Las Siete Canchas” en calle Emilia Téllez en medio del sector nororiente de la comuna.  Los niños de la nueva burguesía urbana, de padres profesionales, liberales, que vivían en calle Simón Bolívar, Pucará, Coventry, Montenegro, jugaban sin problemas con los “rotos” de la pobla, la misma que fue erradicaba a punta de fusiles durante la dictadura.

Diversidad y aceptación en una comuna en que masones radicales y bomberos, pololeaban y luego se casaban con señoritas católicas a quienes acompañaban hasta la puerta de la Parroquia Nuestra Señora de La Paz en calle Echeñique. Tolerancia e inclusión que tuvieron los jóvenes de la plaza Montt y otros lugares de Ñuñoa que, a fines de los años 40 del siglo pasado, recibieron como uno más de los suyos a los emigrantes europeos que después de la segunda guerra mundial huían de una Europa devastada.

Vecinos participativos y colaboradores que en 1942 cuando un loteo dejó un sitio vacío, entre calle Pucará y Echeñique, fue plantado y ordenado por vecinos del lugar, para convertirlo en una plaza para sus niños, después convertido en la actual Plaza Pucará (Parque botánico de Ñuñoa). Como no olvidar también las salidas del canal San Carlos en los años 80, que convertía en ríos las calles Echeñique, Simón Bolívar y otras del sector, donde vecinos empapados en agua y solidaridad, rescataban a viejitas en apuros y construían diques con sacos, piedras y arena, para salvar las casonas del sector.

La abúlica y apacible Ñuñoa supo convivir por años con las distintas realidades, las poblaciones de obreros y empleados una junta a otra, las Villas nuevas se integraban con el resto de la comuna. En la antigua “Gran Ñuñoa”, antes de las nuevas municipalidades de Macul y Peñalolén, el barrio industrial y las parcelas eran un conjunto armonioso de un mismo aire provinciano en que los jóvenes tenían los mismos sueños, aunque tuvieran distinto origen y futuro.

No se trata de añorar tiempos pasados que sin duda no eran perfectos, existían problemas, injusticias y desigualdades inaceptables, pero era un sector con vida de barrio. Hoy, sucesivos gobiernos comunales en manos de mercaderes e incapaces, abrieron las puertas, las ventanas y sus almas a la voracidad inmobiliaria que tiene convertido a nuestra Ñuñoa en un engendro de cemento que se alza día y noche como un monstruo devorador. “Barrio, bello barrio, Ven a vivir esta fragilidad peligrosa de corromperse”.

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